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La cultura de la adulación: cómo el silencio interno conduce al fracaso de tu agencia

La cultura de la adulación cómo el silencio interno conduce al fracaso de tu agencia

Ruta del Cambio

«El mayor enemigo del líder no es la oposición, sino la adulación.»
—Francisco de Quevedo

En el ecosistema de una agencia creativa, donde se supone que las ideas deben volar y las verdades deben doler para mejorar, hay un virus silencioso que contamina todo: decirle al jefe lo que quiere escuchar.

Ya no se trata de respeto, se trata de supervivencia política. Y ahí empieza el problema.

Cuando hablar claro se castiga y adular se premia, la agencia entra en un trance cómodo, pero profundamente tóxico. Una especie de paz profesional que en realidad es miedo maquillado de cordialidad. El conformismo tóxico se instala, se normaliza… y destruye.

Síntomas: ¿Cómo sabes que se está endulzando la oreja?

  • Nadie cuestiona las decisiones creativas, aunque sean mediocres.
  • Se aprueban campañas que “emocionan al jefe”, no al público objetivo.
  • El feedback se vuelve tibio, genérico y sin riesgo.
  • Se aplauden ideas recicladas como si fueran disruptivas.
  • Los brainstormings se parecen más a una coreografía de sí, sí, sí… que a una batalla de ideas reales.

Consecuencias: la caída es lenta, pero segura

1. Estrategias que fracasan sin que nadie lo vea venir

Porque en una cultura donde se premia el silencio y se castiga el cuestionamiento, las alertas tempranas no se expresan, se guardan. El equipo lo intuye: algo no cuadra, el mensaje no conecta, el público no está reaccionando… pero el proyecto sigue, impulsado por el ego, la prisa y la necesidad de no incomodar.

El problema no es que una estrategia falle —eso es parte del juego creativo y empresarial—.
El problema es que falló y nadie se atrevió a anticiparlo, ni siquiera cuando las señales eran evidentes.

Las métricas empiezan a caer, el engagement no aparece, los comentarios negativos se acumulan, y el cliente comienza a inquietarse. Pero internamente, todo sigue igual.
“El jefe está contento”, y eso es suficiente… hasta que el cliente se va.

2. Cultura de mediocridad disfrazada de armonía

En muchas agencias, el ambiente parece “saludable”: no hay conflictos abiertos, las reuniones transcurren sin fricciones, todos sonríen, todos coinciden. ¿Paz? Tal vez. ¿Resultados? No necesariamente.

Lo que parece armonía, muchas veces es solo una capa de miedo diplomático.
Nadie levanta la voz. Nadie contradice. Nadie cuestiona. No porque estén de acuerdo, sino porque ya aprendieron que incomodar tiene consecuencias: quejarse incomoda, proponer cansa, y señalar errores puede costarte visibilidad o incluso tu lugar.

En este contexto, el talento se acomoda en el “más vale no decir nada”. Y así, las reuniones se vuelven rituales de validación. No se discuten ideas, se bendicen. No se analizan campañas, se justifican. Lo que debería ser un espacio para el pensamiento libre se convierte en una coreografía ensayada para complacer al líder.

3. Fuga de talento real

Los perfiles que más valor aportan a una agencia —los que cuestionan, proponen y desafían lo establecido— son también los primeros en irse cuando se instala un ambiente donde la adulación pesa más que la opinión honesta.

No se van por dinero.
No se van por ego.
Se van porque ya no hay oxígeno para pensar en serio.

Los creativos inconformes, los estrategas con criterio, los líderes emergentes… esos que se atreven a decir “esto no va a funcionar” o “podemos hacerlo mejor”, comienzan a notar que sus ideas generan tensión, no conversación. Que sus aportes se desinflan en juntas donde ya todo está decidido antes de comenzar.

Y entonces toman una decisión silenciosa: irse donde los escuchen.

¿Quién se queda?
Los obedientes. Los tibios. Los que dominan el arte de sobrevivir en silencio.
Los que ya entendieron que hablar incomoda y callar conviene.
Y así, la agencia se convierte en un club de aplausos con presupuesto.

Lo más grave es que muchas veces los líderes no se dan cuenta de esta fuga. Creen que “el ambiente está estable”, que “no hay drama”, que “todo fluye”. Pero lo que fluye no es talento… es conformismo funcional.

Y cuando te das cuenta, ya es tarde. El equipo que podía llevarte al siguiente nivel ahora trabaja para otra marca, otra agencia… o para ellos mismos.
Y tú sigues preguntándote por qué la creatividad de antes ya no aparece.

El talento no se va porque le pagan más. Se va porque lo están desaprovechando.

4. Desconexión con el mercado

Puertas adentro, todo parece ir bien. La agencia cree estar innovando. El equipo está “alineado”. Se entregan campañas a tiempo. Se llenan presentaciones con frases como “visión 360” y “estrategia omnicanal”.

Pero afuera, el mercado no responde.
Los clics no llegan.
El alcance orgánico se desploma.
Los clientes repiten feedback como: “no conecta”, “no se entendió”, “se parece a lo anterior”.

¿Por qué?
Porque cuando la adulación reemplaza al pensamiento crítico, se pierde el vínculo con la realidad.
Y cuando nadie se atreve a cuestionar si la estrategia es relevante, fresca o efectiva… se reciclan ideas en lugar de construir nuevas.

El contenido empieza a parecer un déjà vu constante: el mismo tono, las mismas frases, las mismas fórmulas disfrazadas de “disrupción”. La creatividad deja de ser una herramienta de conexión y se convierte en una plantilla con aprobación interna, pero cero impacto externo.

Este es el punto ciego de muchas agencias:
Creen que su éxito está en la coherencia interna, cuando en realidad está en la resonancia externa.
El mercado no premia lo que tú crees que es bueno. Premia lo que funciona, lo que toca, lo que provoca.

Y si nadie dentro de tu equipo tiene el permiso (ni el valor) para decirte que el contenido ya no emociona, que la estrategia ya no vibra con la audiencia, entonces estás ejecutando desde la burbuja.
Y el mercado castiga las burbujas con indiferencia.

Mientras tú celebras un KPIs inflado, tu competencia ya está hablando el lenguaje real del consumidor.
Y cuando lo notas, ya perdiste tracción, atención y relevancia.

La desconexión con el mercado no empieza afuera. Empieza adentro, cuando nadie se atreve a decir: “esto ya no funciona.”

Dos lecciones desde la historia

Napoleón Bonaparte: Ignoró a quienes lo advertían sobre la campaña militar en Rusia. Todos lo aplaudían. Resultado: el desastre militar más grande de su carrera. El hielo no lo mató. Lo mató el silencio cómodo de su equipo.

Porfirio Díaz: Gobernó con orden y progreso… según él. Nadie le dijo que el país ardía de desigualdad. Cuando despertó, ya era historia. Fue derrocado por la realidad que sus aduladores nunca se atrevieron a describirle.

Cómo evitar que tu agencia se convierta en un circo de aplausos

¿Quieres liderar de verdad? Entonces prepárate para incomodarte. Aquí no se trata de “crear ambientes positivos” ni de “fomentar el diálogo” desde un manual de recursos humanos. Se trata de romper el ciclo de adulación y recuperar el pensamiento crítico.

Estas no son recomendaciones. Son advertencias.

1. Convierte el desacuerdo en política oficial

Si todos están de acuerdo contigo, preocúpate.
Haz que disentir no solo se tolere: se espere. El que siempre dice “sí”, no aporta. Solo estorba con educación.

2. Oblígate a hacer preguntas incómodas

Pregúntate: ¿a quién le conviene que esto funcione? ¿Quién se beneficiaría si fallara? ¿Qué parte de esta campaña huele a refrito?
Si tus juntas parecen misa, cambia el formato o cambia al equipo.

3. Recompensa la disidencia inteligente

Premia al que te dice: “Tu idea tiene huecos”. No lo silencies, no lo corrijas, no lo “moderes”.
Ese es el tipo de colaborador que te salva de hacer el ridículo en público.

4. Trae gente que no piense como tú

Y no la contrates para domarla, sino para dejarla pensar. Rodéate de perfiles que desafíen tus certezas, no que las confirmen. Tu ego no necesita más porristas. Tu agencia necesita disidentes útiles.

5. Desactiva el “modo sí, jefe” desde arriba

No digas que aceptas críticas: demuéstralo. Acepta una idea mejor que la tuya sin drama. Reconoce errores en público. Cambia de opinión sin sentir que pierdes poder. Eso no debilita tu liderazgo. Lo vuelve creíble.

En una agencia de marketing, la creatividad no muere por falta de ideas… muere por exceso de aprobación.

Si eres jefe y todos te aplauden, preocúpate.
Si eres parte del equipo y solo sonríes, te estás traicionando.

No estás ahí para complacer.
Estás para construir, para pensar, para chocar si es necesario… y para crecer.

Porque endulzarle la oreja al jefe puede sonar bonito, pero es el camino más corto a un portafolio lleno de fracasos que nadie se atrevió a evitar.